lunes, 4 de marzo de 2019


El otro legajo de la señorita Olga


Un maestro afecta la eternidad;
solo él puede decir donde para su influencia.
Henry Adams.


El legajo de Olga Adriana Ramírez tiene de todo: fotocopia del documento con una foto de hace treinta años; el certificado analítico, ya amarillo, del secundario realizado en una lejana escuela de provincia; copia del título de Maestra Normal Nacional, con todas las firmas y sellos que tiene que tener; y dos especializaciones docentes: una en didáctica y otra en educación sexual.
Constan también dieciocho cursos de distinta índole, Ministeriales y gremiales, y el certificado de una charla que dio hace tiempo en un congreso a pedido de la supervisora de entonces.
Se conservan solo los últimos instrumentos anuales de evaluación de desempeño docente frente a alumnos, que son los que cuentan, con concepto “Sobresaliente” en todos ellos, y una solicitud para un traslado que nunca llegó a concretarse, para una escuela más cercana a su casa.
Entre planillas y fotocopias varias el legajo acumula noventa y un folios, y cuatrocientos veintidós gramos (contando también la capa de polvo).
Ahora que ha llegado la notificación de que se encuentra oficialmente jubilada, la señorita Olga puede pedir a la Junta de Clasificación que le entregue su legajo. Suele ser un agradable recuerdo. Un cierre de la carrera.
Busca en un cajón la carpeta con sus inscripciones docentes, para ver qué es lo que tiene declarado en el legajo. Lo primero que encuentra entre los papeles es una foto de hace unos veinte años, en la que aparece ella junto a otros maestros. Entrañables compañeros de trabajo, y también amigos. Muchos se fueron yendo a otras escuelas o ya están jubilados.
Es una foto que sacó un padre durante el festejo de una fecha patria, y a fin de ese año la había impreso y pegado en una carpeta donde los niños habían dejado sus mensajes de cariño para la señorita Olga. Algunas de estas dedicatorias apenas son legibles, pero ella ha sabido siempre leer esas escrituras jeroglíficas tan llenas de ilusión. Sabe que algunos de esos chicos ya son padres de los nuevos alumnos de la escuela.
La última línea, un “te quiero mucho” con la tinta algo corrida, le devuelve la imagen de una sonrisa angelical a la que le faltan dos dientes (que el ratón Pérez habrá sabido pagar).
Deja de buscar. No necesita su carpeta docente, tiene allí mismo su otro legajo, el verdadero, el que resume su “calidad educativa”, con todas las firmas y sellos que tiene que tener.

Sergio Alberino  2017

El otro legajo de la señorita Olga Un maestro afecta la eternidad; solo él puede decir donde para su influencia. Henry Adams. ...