El otro legajo de la señorita Olga
Un maestro afecta la eternidad;
solo él puede decir donde para su influencia.
Henry
Adams.
El legajo de Olga Adriana Ramírez
tiene de todo: fotocopia del documento con una foto de hace treinta años; el
certificado analítico, ya amarillo, del secundario realizado en una lejana
escuela de provincia; copia del título de Maestra Normal Nacional, con todas las
firmas y sellos que tiene que tener; y dos especializaciones docentes: una en
didáctica y otra en educación sexual.
Constan también dieciocho cursos
de distinta índole, Ministeriales y gremiales, y el certificado de una charla
que dio hace tiempo en un congreso a pedido de la supervisora de entonces.
Se conservan solo los últimos
instrumentos anuales de evaluación de desempeño docente frente a alumnos, que
son los que cuentan, con concepto “Sobresaliente” en todos ellos, y una
solicitud para un traslado que nunca llegó a concretarse, para una escuela más
cercana a su casa.
Entre planillas y fotocopias
varias el legajo acumula noventa y un folios, y cuatrocientos veintidós gramos
(contando también la capa de polvo).
Ahora que ha llegado la
notificación de que se encuentra oficialmente jubilada, la señorita Olga puede
pedir a la Junta de Clasificación que le entregue su legajo. Suele ser un
agradable recuerdo. Un cierre de la carrera.
Busca en un cajón la carpeta con
sus inscripciones docentes, para ver qué es lo que tiene declarado en el
legajo. Lo primero que encuentra entre los papeles es una foto de hace unos
veinte años, en la que aparece ella junto a otros maestros. Entrañables
compañeros de trabajo, y también amigos. Muchos se fueron yendo a otras
escuelas o ya están jubilados.
Es
una foto que sacó un padre durante el festejo de una fecha patria, y a fin de
ese año la había impreso y pegado en una carpeta donde los niños habían dejado
sus mensajes de cariño para la señorita Olga. Algunas de estas dedicatorias
apenas son legibles, pero ella ha sabido siempre leer esas escrituras
jeroglíficas tan llenas de ilusión. Sabe que algunos de esos chicos ya son
padres de los nuevos alumnos de la escuela.
La última línea, un “te quiero
mucho” con la tinta algo corrida, le devuelve la imagen de una sonrisa
angelical a la que le faltan dos dientes (que el ratón Pérez habrá sabido
pagar).
Deja de buscar. No necesita su
carpeta docente, tiene allí mismo su otro legajo, el verdadero, el que resume
su “calidad educativa”, con todas las firmas y sellos que tiene que tener.
Sergio Alberino 2017